Sangre errante capitulo 5 Ghost
Dignora abre el enorme baúl con un gesto lento y casi ceremonioso. Del interior brota un viejo olor melancólico, mezcla de polvo y lavanda. Las lágrimas le cierran la garganta y de pronto, toda su vida parece hacerse real en ese momento.
Aurora le dedica una de sus miradas apreciativas, dulces, Dignora reacciona abrazándola y llenándola de mimos, sabe que todo lo que necesita para ser feliz está aquí con ella, sus hijos y esposo, su hermosa familia.
—Mira mami los candelabros que trajimos, ahora nos servirán para alumbrarnos, dice la muchacha sacando unas velas para colocarlas en su lugar.
Los hombres entran presurosos porque ha comenzado a llover, se sientan en los troncos y conversan sobre el clima en aquel lugar.
Victorio le dice a su esposa:
—Dignora has un poco de café, ahora ya tienes tu querida cafetera.
Ella lo mira sonriendo y enseguida pone el agua en el improvisado fogón, ya Aurora ha sacado las tazas y las coloca en una pequeña bandeja de plata perteneciente a una vajilla herencia de su abuela.
Se guarecen todos en la parte del caserón que no se moja, la lluvia es fuerte y los truenos estremecen la vieja casa.
El olor del café inunda todo, el capitán comenta con voz alegre:
—Bueno amigos tal parece que ya están en casa, se siente un olor a hogar y una calidez en esta vieja casona, ese olor a café me recuerda a mi abuela, a mi madre, mis raíces.
Todos asienten y perciben que de alguna manera aquel lugar estaba predestinado para ellos.
Están todos conversando animadamente, Federico advierte que paró de llover:
—Padre ya escampó aprovechemos ahora para ir al pueblo.
Victorio se pone en pie:
—eso, vamos a la fonda donde almorzamos, el encargado debe conocer al dueño de este lugar.
Todos se encaminan a la puerta, el capitán se despide de las mujeres y comenta:
Doña Dignora espero volver a tomar su sopa, es una delicia;
Tomando las manos de Aurora le dice —Bueno mi linda señorita luego regreso para contarles mis aventuras por los siete mares del mundo.
Olores densamente gastados inundan el viejo caserón, ese olor añejo flotando en los rincones;
Olor antiguo a algo sin nombre envuelve todo con el hálito rancio de arcaicos fantasmas, espíritus que flotan en el caserón con sus cuerpos ausentes, observando a los nuevos inquilinos con sus ojos sin color, sin mirada.
Quiénes son esos duendes con sus pasos livianos sin presencia ni sombra que con su efluvio han desgastado la vieja casona.
Las mujeres ajenas a su presencia, a su vagar desvanecido, aprovechan la ausencia de los hombres para organizar un poco las cosas traídas por ellos del barco.
En los enseres de cocina vienen algunos potes de cebollas encurtidas, aceite y algunas otras especies que sacan para preparar la cena.
La lluvia copiosa y fresca ha lavado la tarde, los pajarillos desarrollan su baile cantando sobre los árboles, el sol hace brillar la transparencia de las gotas de agua sobre las hojas.
El bullicio de las aves y la limpidez de la tarde hacen vibrar de entusiasmo a Aurora que sale a admirar los alrededores, caminando entre los matorrales se aleja un poco de la casa, entretenida con las mariposas que revolotean da un tropezón y casi cae al suelo.
La joven se agacha para ver que la hizo casi caer, y ve un túmulo, no acierta a definir el sentimiento que le inspira ver una lámina que representa un cementerio solitario.
Son dos lápidas con sus inscripciones, la joven pasa su mano limpiándolas, para poder leer, en eso siente un fuerte gruñido a sus espaldas, se voltea y ve el enorme can negro que la mira como traspasándola con sus ojos amarillos y brillantes.
La joven da unos pasos retrocediendo asustada, en eso el perro salta en su dirección, la joven se cubre el rostro esperando el terrible ataque, pero el animal solo la derriba en el suelo y corre detrás de algo que estaba a sus espaldas.
La enigmática joven Aradia, dueña del perro llega deprisa y la ayuda a levantarse, le pregunta:
–¿Usted está bien? Ghost no quiso lastimarte, en realidad estaba detrás de un perro jibaro que intentaba atacarte.
Aurora temblorosa se apoya en el brazo de la linda joven, la muchacha la abraza calmándola. Las dos caminan rumbo a la casa, en eso aparece el enorme can, trae sangre en el hocico, les ladra y se adentra en los matorrales.
Entonces la joven le dice a Aurora:
—Voy a ver si el perro jibaro está muerto, aguarda aquí. Aurora la mira y dice:
—No, espera voy contigo. Las dos se dirigen al lugar por donde fue el perro, y lo ven allí, echado junto a su presa, el enorme perro jibaro con el cuello desgarrado.
Las jóvenes se acercaron a lo que parecía ser un pequeño rancho, cerca del caserón, donde se guardaban implementos de labranza y jardinerías, allí encontraron un viejo azadón y algunos otros instrumentos abandonados por los antiguos inquilinos.
Los tomaron y cavaron una tumba para enterrar el perro jibaro.
La luz del día comenzaba a disiparse en aquel bello lugar. Eran más de las cinco y la tarde se convertía rápida, en crepúsculo.