Cada árbol de aquel bosque es un carcelero
Aradia cabalga envuelta en sus oscuros pensamientos, débiles ilusiones que ya no florecen, no coquetean con cansadas utopías;
quimeras sofocadas por viejos desvelos, su mente vaga perdida, desapareciendo en el silencio del crepúsculo que cae suavemente sobre el monte.
Obsesiones carcomidas apurando el tiempo, visiones de fantasmas cansados agotándola, alucinaciones atrapadas en instantes, suspendidas, acechantes, creando nuevas pesadillas.
Recuerda a Federico, sus brazos fuertes sosteniéndola en las turbulentas aguas del río crecido, su respiración se agita, un estremecimiento la sacude, rehúye ese tiempo nuevo que nace entre sus dedos;
visiones atávicas la envuelven como furiosa hidra enredándose en su aliento, sus cabezas escudriñándola, sofocándola con su rumor de olas fatigadas.
Aradia evoca la cálida figura de su abuela, esperándola en casa, sus blancas y tibias manos acariciando sus cabellos, la calma sobre todo su voz, aquella voz siempre serena, suave y sosegada mostrándole conocimientos ancestrales escondidos en cada planta, en cada raíz que existe en aquel inmenso monte que ella ama.
Todos los rostros del silencio atrapados en sus pupilas la observan, fantasmas inquisitivos deslizándose en su aliento, ebrios de antiguos desvelos;
Indisolubles espíritus atrapados en el espejo de su mente van creando historias, sus reflejos ya corroídos, inundándola con ese olor a flores fermentadas que los precede.
Ella, Aradia ayudó a su abuela a encerrar a muchos de ellos en botellas de cristal, almas oscuras atrapadas con magia antigua, que luego son enterradas, sembrándole una planta encima, las plantas crecen aprisionando con sus raíces el mal encerrado en la botella, sepultándolo para siempre.
Cada árbol de aquel bosque es un carcelero, un protector de inocentes, los búhos moran en sus ramas, son sus guardianes.
La chica sacude su cabeza, su mundo se ha vuelto un muro, en cada arista del tiempo acechan sombras aferradas a las urdimbres del miedo, sombras atrapadas en cada árbol, el susurro de sus hojas le recuerdan que el mal no se destruye, pero se puede contener para mantener la vida.
A veces por algún accidente o por la acción intencionada de alguien, el efluvio maligno mana del interior de alguna botella y la planta es envenenada, ella comienza a morir, es entonces que Aradia y su abuela son avisadas por el búho centinela.
Ellas rápidamente buscan el enorme libro donde guardan celosamente el archivo con los datos de cada ente atrapado para liberarlo antes de que contamine todo el árbol e intentan atraparlo nuevamente.
Hoy también hay fuego en el silencio del viento, comienza a llover de nuevo, solamente las aguas rebaten su influencia, atándolas dentro de su cabeza, ella apresura a su caballo, que comienza a galopar, parecen volar con sus inmensas zancadas.