Sangre errante cap-5 Semblantes en el espejo esperando algo que los libre de sus cadenas.
La luz del día comenzaba a disiparse en aquel bello lugar. Eran más de las cinco y la tarde se convertía rápida, en crepúsculo.
Las viejas paredes bañadas por el silencioso atardecer, los rayos del sol diluyéndose como pequeños fantasmas, escapándose a través de las rendijas del viejo caserón, cargado de seres desvanecidos en el tiempo.
Dignora inmersa en sus recuerdos se ha detenido de momento para llamar a Aurora, sorprendida la ve aparecer entre la maleza acompañada por la joven Aradia.
—¿Aurora que haces? ¿Dónde andabas?
Aurora se acerca y le rodea los brazos, el enorme can se acerca a la mujer que se asusta.
La hija la tranquiliza:
—Mira mamá, esta es la joven que Federico ayudó en el río, hoy fueron ella y su perro quienes me ayudaron.
La madre la mira sorprendida.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—La joven se agacha y abraza al perro que lame su rostro complacido.
—Yo estaba dando un paseo por los alrededores y un enorme perro jibaro intentó atacarme, pero este bello animal me salvó, él mató al salvaje.
Aradia se acerca curiosa, entra en la casa, el olor a romero y albahaca que ha colocado Dignora la envuelve y siente una profunda sensación de nostalgia; recuerda los roperos, los manteles planchados de la mesa, el color de las cortinas, el suelo recién fregado, la fragancia de las diferentes plantas medicinales de la bisabuela que llenaban siempre la casona.
Mueve la cabeza tristemente, todo ha sufrido el lánguido vacío del tiempo, su resuello ha desgastado las cosas. Todos los semblantes en el espejo de su mente, agazapados, esperando en la sombra, surgen unidos arrastrándola a ese abismo atrapado en su mente.
Se deslizan, se escurren transparentes en la cálida brisa que corre dentro del caserón, sus manos ocultas se apoyan en las paredes, Aradia sonríe, pero un rictus amargo le dibuja el rostro, vuelve la cabeza, esquivando las miradas de las dos mujeres que la siguen con atención.
Dignora la mira inquisitiva:
—Dime niña, conoces a las personas que moraban aquí.
La joven esquiva solo la observa y pregunta: —¿ya vieron al dueño?
—Mi padre y mi hermano fueron al poblado para tratar de encontrarlo. Contesta Aurora notando curiosa como Aradia evade las preguntas hechas por su madre, pero no insiste.
Bueno me voy que ya es casi de noche, dice y sale apresurada.
Chifla y su caballo aparece trotando, bello, moviendo su cabeza, ella monta de un salto.
El perro permanece echado en la puerta, la joven lo llama, pero él no parece escucharla. Aradia sale al trote. Haciéndole una señal de aprobación que solo ellos entienden, deja al enorme can echado en la puerta de entrada.
Madre e hija se miran curiosas y Aurora se acerca cariñosa al animal, él mueve su cola y permanece echado.
––Bueno mija, es mejor tenerlo de guardián, por lo menos hasta que lleguen Victorio y Federico.
El perro se levanta y observa la oscuridad que envuelve los arboles cercanos, enseña los colmillos, como advirtiendo.
Las mujeres asustadas intentan entrarlo para cerrar la puerta, que, aunque muy vieja tiene un aspecto fuerte y seguro.
Logran entrar al perro, una bandada de pájaros asustados levanta el vuelo con gran algarabía. Aurora prende las velas e ilumina la estancia.
En eso sienten pasos que se acercan y escuchan aliviadas las voces de sus hombres.