Las heridas llegan disfrazadas de sonrisas,
se adueñan de la tuya, la van convirtiendo
en un reflejo pálido, en su mascota,
cuando te das cuenta ya es tarde, tu sonrisa
quedó presa de ilusiones fantasmas.
En el rincón más sombrío,
guardé cada cicatriz, las escondí del tiempo,
del perdón, del silencio,
les puse a cada una un sonajero,
así me avisan, haciendo espacio si llega otra,
allí, como retoños rotos, esperan,
para recordarme por donde no debo
transitar de nuevo.
Aunque no siempre podemos evitarlo,
de pronto, las frecuencias suspendidas del destino
se ciernen sobre ti, y a ramalazos afloran
nítidas, nuevas heridas…