La lluvia se detiene
en los ojos, encharcándose,
instalándose lentamente en el espíritu,
fluye como un manantial
envolviendo el alma,
que ancorada en los recuerdos
estalla en el pecho,
abriendo antiguas heridas,
oprimiendo el corazón
para que deje de gritar
intentando huir de su prisión.
Lluvia muda y apacible
humedeciendo un amor perenne,
que inagotable e intenso,
no se resigna y combate tenaz,
obstinado, anhelando vencer el miedo,
un miedo inmenso y profundo al dolor,
ese dolor lacerante que desnuda el alma
roída por las ausencias.
<i>Maricel 19/01/2019</i>