El alma sin escudo,
abandonada por las sombras
del silencio, se enfrenta
a la monotonía del crepúsculo,
ese ocaso avieso,
que nos aguarda calmado
al final de todos los caminos.
Mientras, bailamos nuestro vals
al ritmo del destino,
trenzándonos en sus hilos
llenos de la existencia,
o vacíos de ella, la deshilamos,
saltando charcos de angustias,
a veces corriendo libres
sobre corceles de vientos blancos,
abrazados a sus crines,
vagamos, o…
…como equilibristas,
caminamos dando tumbos,
moviéndonos sobre un Iceberg
que coquetea con un volcán.
De alguna forma todos tropezamos,
solo es cuestión de tiempo…
…a veces, solo a veces
tenemos suerte de encontrarnos
una mano amiga que nos frena la caída,
y antiguas sombras que dormitaban,
se tornan escudo del alma.
Maricel 26/12/2018