La dulzura Shabby Chic en cocinas campestres
Sé que nos es lo más práctico, pero me gusta mirar las cocinas donde todo está a la vista: los botes, los tarros, las cazuelas etc.
Desprenden esa atmósfera de vida inigualable, de cocina donde se cocina (valga la redundancia)
Por otra parte, están esas otras que parecen laboratorios de pruebas, tan aséptico todo que hasta se te quitan las ganas de comer.
Sin hablar de las que hasta mínima miga de pan parece que nos reclama, con ojos suplicantes, que la retiremos de ahí.
La cocina era el foco de reunión en la familia, todos comiamos en ella riendo, regando, bromeando.
Esa es la principal razón por la que me encantan esas cocinas campestres, como era la de mi casa, pero me gustaba más aún la de mi tía Ramona.
Representaban perfectamente el estilo más puro de la vida apacible del campo. La dulzura Shabby Chic en cocinas campestres
Estaba siempre repleta de piezas que no pasan desapercibidas, como el magnífico sillón de cuero envejecido, la pequeña mesa de carnicero.
Sin hablar de la máquina de moler café, y la de moler carne y maíz.
Además de las diferentes piezas de mobiliario, como el aparador shabby tan entrañable y siempre adornado con un jarrón lleno de flores naturales.
Acompañado todo ello de un agradable olor a dulces, café o leche recién hervida, que resulta tan agradable en las cocinas campestres.
Los fines de semana en casa de mi tía eran de comelonas de tamales, frituras y dulces.
Lo dicho, una cocina para disfrutar cocinando (¡y comiendo!)
En aquella época, cada año, pintaban la cocina con una lechada blanquísima, preparada con cal y le agregaban tunas cortadas.
Mi tía siempre tenía todo tapado con lindos paños que ella misma hacía, era de florecitas, de colores pasteles.
También tenía lindos manteles a cuadros y cortinas en los estantes y las ventanas.
Ahh y los delantales! yo amaba usar los delantales de mi tía, siempre olorosos a limpio, a nuevo.
Ella tenía de diferentes colores y tamaños eran de florecitas, a cuadros, de color amarillo o azules.
Por otro lado, su cocina era pulcra, organizada y maravillosa. Yo adoraba ir a su casa y quedarme ayudándola en la cocina.
Con ella aprendí a hacer tamales, que dicho sea de paso los hago riquísimos, según toda mi familia y amigos.
De hecho, un día les daré mi receta secreta que aprendí con mi tía.
Recordar momentos agradables me ayuda a enfocarme, me gusta viajar en mi mente a esos maravillosos tiempos, que a mi parecer eran diferentes, más sosegados que los de ahora.
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